¡Hola queridos tributos!
Como era de esperarse, aquí está el tercer capítulo ¡Justo a tiempo!
Les juro que estuvimos a punto de quedarnos sin capítulo, ya que cierta persona me estuvo arrastrando todos los días a un juego de cartas que duraba alrededor de ocho horas diarias y ¡No tuve tiempo de escribir! Por suerte había avanzado un poco el fin de semana, y ayer este capítulo se escribió prácticamente solo.
Casi me muero, no podía simplemente no subir hoy, pero, por suerte, todo se dio.
Ahora sí, dejo de molestarlos.
Besos, panes quemados ¡Y mucho chocolate!
Némesis
Obviamente, yo cocinaría ese día.
Estábamos a unos cuantos metros del quemador, el mercado
negro en que Gale vendía las presas que cazábamos, y definitivamente él iba a
ganar esa carrera. Suspiré en cuanto llegué tras de él y vi su sonrisa
triunfal, aunque poco me duró el desanimo, ya que el chico tiró de mi brazo
hasta tenerme a solo unos centímetros de su cuerpo, distancia que obviamente
aprovechó para convertir mi perfecta coleta en un nido. Intenté apartar sus
manos, pero no obtuve buenos resultados. Dejé que Gale intercambiara las presas
por todo lo que necesitaba su familia mientras que yo intentaba desenredar mi
cabello, soltando pequeños grititos de paso.
En algún momento sentí un par de brazos sobre mis hombros y
pude oler el aroma a naranjas que mi amigo desprendía. Sonreí, ya estábamos por
irnos a su casa. Noté algo frío alrededor a mi cuello, intenté apartarme, pero
la voz de Gale me ordenó que me quedara quieta, y no planeaba desobedecerlo.
—Ya quedaste.
Me giré en cuanto lo escuché y alcé ambas cejas, mi amigo me
llevó hacia el primer espejo que encontró y sonrió a nuestro reflejo. Observé
algo que se asemejaba a una fina soga negra en mi cuello, de la cual colgaba un
corazón, a partir del que se formaba una criatura, como una mujer, pero con
alas en su espalda. Era un bellísimo collar.
—Quería darte algo, agradecerte por ser mi amiga, hoy se
cumplen seis años desde que nos conocimos. —Me explicó, presionando suavemente
mis hombros— Siempre me has dicho que te gustan las criaturas mágicas, me
dijeron que esa es una, un hada. No vayas a quitártelo nunca ¿De acuerdo?
Asentí, el regalo me había impactado. Me giré de inmediato y
abracé fuertemente a mi amigo, lo único que el moreno hizo fue levantarme como
si pesara menos que un pajarito y cargarme en su hombro. Reí mientras me sacaba
del quemador y se dirigía a su casa.
En cuanto atravesamos la puerta Rory y Vick, los hermanos
menores de Gale, corrieron a nuestro encuentro. Salté desde el hombro de mi amigo y atrapé a los
dos niños entre mis brazos, desgraciadamente, no pude compartir mucho con los
niños ya que apareció Hazelle, la madre de Gale, con su bebita, Posy, la cual
tenía alrededor de un año, y nos pidió ayuda para preparar la cena. El chico de
mi edad se llevó unos minutos a sus hermanos, y hermana, mientras que yo
ayudaba a Hazelle en todo lo que podía. Una vez la mujer y yo terminamos de
cocinar, me encargué de poner la mesa y fui a buscar a los chicos.
Busqué por la pequeñita casa de la veta hasta que llegué al
cuarto en que Gale dormía con Rory y Vick, allí estaban, los menores intentando
aplastar a su hermano, y la bebita dormida sobre la cama del mayor. Sonreí, era
una escena totalmente adorable, mi amigo se dio cuenta de que estaba allí y
casi hizo que sus hermanos cayesen de espaldas cuando se levantó y fue hacia
mí, para, posteriormente, rodear mis hombros con uno de sus brazos.
—Hora de cenar. —Le dije, regalándole una de mis sonrisas
más dulces y sinceras.
No fue necesario repetir mis palabras, ya que Rory y Vick
fueron corriendo hacia el sencillo comedor, Gale y yo fuimos a por Posy y
seguimos a los niños.
La cena transcurrió sin mayores inconvenientes que un vaso de
agua vaciado sobre la cabeza del mayor de los hermanos Hawthorne, por obra y
gracia de Rory, el que le seguía en edad, he de admitir que fue un alivio para
nosotros que la pequeña travesura del niño sucediese tras llevar los platos al
fregadero, ya que pude ir con mi amigo a por una toalla, y secarle el cabello
con la misma, aunque casi arrancándole las facciones al frotar esta contra su
rostro.
Esperamos a que todos se fuesen a dormir, para luego
llevarnos un par de morrales, y algunas cuerdas, cuchillos y dagas, hacia el
bosque, en el último momento, cogí una manta y fui corriendo detrás del chico
del cabello negro y los ojos grises. Ambos sabíamos al lugar en específico al
que íbamos, la casita del árbol.
En aquel lugar habíamos compartido muchísimos momentos, era
imposible no sentirnos unidos emocionalmente a nuestro pequeño refugio, que se
había vuelto nuestro segundo hogar.
Corrimos y corrimos, hasta llegar agotados al tronco del
árbol, Gale me tomó de los codos y me alzó, permitiéndome subir sin ningún
problema, para luego yo extender mi mano y tomar la suya, tirando del chico
hacia mi posición. Nos sonreímos, sin necesidad de hablar, cada uno sabía que
le tocaba hacer. Ubiqué unos almohadones, los cuales estaban en la casita, uno
junto al otro, mientras que Gale se asomaba por una ventanita y recogía unos
cuantos arándanos que yo había plantado. Sonreí, sentándome en uno de los
almohadones y haciéndole hueco junto a mí, cuando el chico se sentó a mi lado
nos cubrí a ambos con la manta. Le sonreí y abrí la boca, esperando recibir
unos cuantos frutos, era lo que siempre hacía, ya que a veces era demasiado
perezosa como para estirar el brazo, tomar un arándano, y echarlo a mi boca,
Gale podía encargarse de ese trabajo por mí, y lo hacía. Siempre. Sin excepciones.
Mi amigo comenzó a relatarme cosas que habían sucedido aquella semana en el
distrito, mientras más hablaba él, mi sonrisa se ampliaba y se ampliaba. El
moreno tomó parte de mi coleta, llevando las puntas a mi mejilla para
producirme cosquillas. Hora de dormir, eso significaba aquel gesto, levanté un
poco mi cabeza y le besé la mejilla, como era costumbre, antes de caer en un
sueño profundo.
Fui la primera en despertar la mañana siguiente, al abrir
los ojos noté que estaba usando a mi amigo como cama. Sonreí, mientras que
hacía un esfuerzo por librarme de sus brazos. Una vez libre del agarre del
chico, pasé mi mano por su pelo de forma cariñosa, y busqué unas cuantas
cosillas para comer que teníamos en nuestra pequeña casita. Un par de paquetes
de galletas saladas, un recipiente con miel, bolsitas de té y un par de tazas
en las que preparar aquel líquido.
Rompí unas cuantas ramitas débiles para hacer un pequeño
fuego, eché agua, que había llevado en mi morral, a las tazas, y esperé a que
hirviera antes de dejar las bolsitas de té remojando. Fui hacia Gale, con
nuestro pequeño desayuno ya esperándonos, y desperté al chico.
—¿Eh? ¿Quién? —El chico parpadeó varias veces, sin embargo
no tardó en sonreír al reconocerme— Hola, Némesis.
—Buen día, dormilón. El desayuno está listo, levanta.
Mi amigo no tardó en quejarse, mientras que se cubría el
rostro con la manta. Reí, no podía creer que hiciera eso. Vale, si Gale no iba
hacia el desayuno, tendría que llevar el desayuno a Gale, y eso hice,
esperando, sonriente, a lo que nos depararía aquel día sin que nadie interrumpiera
nuestro día, juntos, cazando y riendo, como siempre.
Me equivoqué.
Habíamos estado cazando toda la mañana, nos preparábamos
para almorzar un delicioso conejo que habíamos atrapado…o más bien que yo había
conseguido decapitar con una de mis dagas, cuando Gale se puso en pie,
perplejo, y se acercó a unos arbustos, cómo no, yo lo seguí de inmediato. Había
una niña, una estúpida niña llamada como una planta, con su arco en mano.
—¿Catnip, qué haces aquí? Nunca habías llegado hasta aquí.
¿Catnip? ¿Esa niñita tenía un mote cariñoso? No podía
creerlo, sí, definitivamente me estaba quitando a Gale, estaba segura de eso.
Miré a la apelada, quien me asesinaba mentalmente con sus ojos grises.
—¿Y tú qué haces con la niña mimada de Snow? Tú eres mi
amigo, no de una chica del Capitolio sin sentimientos.
¿¡Niña mimada se Snow!? ¿¡Sin sentimientos!? Oh, no, esa
niña no acababa de decir eso, o se iba a enterar de quién era yo realmente. Di
un paso hacia ella, aunque inmediatamente Gale me sujetó en un abrazo.
—Repítelo, escarabajo. —Dije, fulminando a la chica con la
mirada, no iba a soportar que me hablase así.
—Dije que Gale es mi amigo, no de la nietecita sin
sentimientos de Snow.
De no haber sido por los brazos del chico de la veta, habría
saltado para darle una gran paliza a esa niñata. ¿Acaso me conocía como para
decir esas cosas de mí? ¡Claro que no! Noté que Gale me apresaba contra su
cuerpo, intentando calmarme.
—Némesis, Némesis cálmate, por favor.
No pude evitarlo, le di un moderado golpe en el estómago, lo
suficiente fuerte para que me soltase, entonces me acerqué a la cría de la
trenza, que me miraba con genuino terror.
—Escúchame, piojo. —Le dije, veneno desprendiéndose de mi
voz. — Vuelves a decir algo así sobre mí y te prometo que no llegarás a
trabajar en las minas. ¿Entendido? Odio a Coriolanus Snow más que cualquiera, y
no permitiré que un parásito como tú diga lo contrario.
Dicho aquello, fui corriendo hacia mi casa de la veta,
sabiendo que allí encontraría a Eros. Una vez traspasé el umbral y observé un
enredo de cabellos rubios, salté a los brazos del chico, recordando lo que vi por
el rabillo del ojo cuando me fui corriendo del bosque.
La niña de las trenzas había ido cual heroína a revisar si
yo le había hecho daño al chico de la veta. Estaba consiguiendo quitarme a una
de las pocas personas que me importaban.
No pude evitar que mis ojos se cristalizaran, yo nunca
lloraba, pero ese día lloré a mares, lloré por mis padres, lloré por la
injusticia que cometían todos en los distritos al juzgarme y, sobre todo, lloré
por el amigo que había hecho a los nueve años.
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