¡Hola Tributos!
¡Yo nuevo! ¡Otra vez trayendo a Némesis como la narradora!
Este capítulo...me ha sido imposible hacerlo serio, es que con la protagonista que tenemos...ya verán que ella no puede ser muy seria.
Lo importante...¿Van a comer? En serio, ya no sé de qué estoy hablando, son las 00:07 Tengan un poquito paciencia conmigo ¿Sí?
Ahora sí, me voy.
¡Besos y cariños a todos ustedes!
Némesis
Mis piernas dejaron de responder en cuanto puse un pie en el
tren, cuando me dejé caer, evidentemente hecha pedazos, sentí unos fuertes brazos,
sosteniéndome, alcé la mirada, sin importarme el hecho de tener los ojos
empañados por las lágrimas, y me topé con el rostro cargado de preocupación de
Eros.
—¿Qué está pasando? —Le susurré y él me abrazo con fuerza.
—Es una larga historia.
Dichas esas cuatro palabras, las que no me aclararon nada,
me llevó a través del tren, como si lo conociera de memoria, hasta el que
supuse sería el comedor, lo que comprobé cuando vi a nuestra acompañante
sirviéndose un gran plato de algo que daba la impresión ser un arcoíris hecho
sopa. No le presté más atención a la mujer a partir de ese momento, no durante
el resto del día, ya que mi amigo comenzó a explicarme detalladamente lo que
había sucedido, algo que se estaba cociendo hace ya un tiempo.
Lo que había sucedido tenía un único culpable, cuyo nombre
era Coriolanus Snow. Mi propio abuelo había arreglado que mi nombre saliese en
la urna ¿Por qué? Aquello era algo estúpido, al menos a mi parecer. Sucedía que
ya todo el Capitolio tenía conocimiento de mi amistad con el mayor de los
Hawthorne, por lo que habían comenzado a hablar, les parecía una ofensa que una
chica de mi nivel fuese amiga de un chico del distrito doce, y eso fue disminuyendo
el respeto por el presidente de Panem, por lo que su puesto estaba en peligro.
Entonces Coriolanus no encontró nada mejor que poner únicamente el nombre de
Gale y el mío en las urnas. El hombre creía que yo iba a matar a mi mejor
amigo, y con eso recuperaría mi reputación y su poder.
Mala idea, Snow, mala idea.
Entonces entró Eros, ya que el extraño plan llegó en un
comunicado a Alma Coin, gracias a uno de los espías que teníamos en el
Capitolio, y ella ideó otro plan, igual de inservible a mi parecer, junto a
Eros. Sucede, que yo tenía una pequeña colección de libros, los más famosos de
antes de Panem, y entre ellos se encontraba una tragedia, Romeo y Julieta. Mi
querido amigo rubio pensó que podría ir conmigo a la arena, incluso consiguió
la ayuda de nuestra acompañante, y que bastaría con tomarse una fórmula
parecida a lo que usó Julieta para fingir su muerte, y que con eso saldríamos
ambos con vida de la arena. Ridículo. Totalmente ridículo, en cuanto despertase
lo asesinarían.
¿Qué diablos sucedía con todos en esos momentos? ¿Qué no
tenían cerebro? Y ¿¡No podría decirme mi abuelo que dejara de pasar tiempo con
Gale en vez de mandarlo a una muerte segura!? Claro, tenía que usar la
violencia y la crueldad. Y luego se preguntaba el porqué de que el país le
guardase tanto odio.
Estuve unos momentos tratando de asimilar esa información, o
al menos descubrir cómo era que todos habían perdido la cabeza.
—¿¡Es qué tú estás loco o qué te pasa!?
Eros me miró como si fuese un muto a punto de atacarlo,
aunque aquello era lógico ¡Estaba furiosa! ¿Por qué no me avisaron? Podría
haber encontrado alguna solución, de seguro estaría en una mejor situación que
en aquellos momentos. Mis pensamientos estaban a punto de llevarme a algún
remoto lugar de mi mente cuando sentí algo rodearme. Al parecer mis sentidos ya
estaban muy alertas, porque di un codazo a mi espalda y, cómo no, le di al
estómago de mi amigo de los horribles planes.
—Idiota, así no vas a sobrevivir a la arena.
—Y tú tampoco si sigues siendo tan odiosa.
Me giré en cuanto escuché una voz que se me hacía conocida,
demasiado para mi gusto. Allí estaba nuestro mentor, Haymitch Abernathy,
obviamente con una botella de licor en la mano. Suspiré, antes de dirigirme al
hombre.
—Escucha, yo sabré como me voy a mostrar, tú solo encárgate de
estar lo suficientemente sobrio para enviarnos paracaídas si los necesitamos y,
obviamente, si conseguimos suficientes patrocinadores.
El rostro del único habitante del doce que estaba en el tren
era un poema, aunque, por desgracia, no duró mucho, ya que tomó el mismo aire
arrogante que había utilizado para su entrevista, en unos juegos de antes de que
yo naciera.
—Escucha, pequeña niña mimada, yo soy el mentor aquí y…
—Al parecer no haces un buen trabajo porque tu distrito no
ha tenido vencedores desde ti. —Lo interrumpí, asesinándolo mentalmente. — Sí
estás dispuesto a empuñar un cuchillo de demostraré lo que puedo hacer.
Al parecer había conseguido divertirlo, ya que soltó una
carcajada y se hizo con un cuchillo de la mesa, uno carnicero.
—¿Tú no tomarás uno, rosita?
¿Rosita? ¿¡Me había llamado rosita!?
—No lo necesito, mi querido ebrio. Puedo contigo.
Eché un vistazo a nuestro alrededor, parecía que a nuestra
acompañante del Capitolio, quien era bastante joven y tenía un cabello largo y
rosa, le iba a dar un ataque. Eros la sujetaba, y solo o sabía que él intentaba
no reír a carcajadas.
Haymitch se acercó a mí, cuchillo en mano, e intentó
clavarlo en mi abdomen, habría sido una buena idea, si yo no lo hubiera
esquivado y aprovechado su descuido para darle una patada en el estómago. Reí,
aquello era demasiado fácil. Salté hacía él, ya que con la patada se había
alejado un metro o dos. Nuevamente intentó herirme, pero le sujeté la muñeca y
lo hice soltar el arma, la cual tomé al aire y utilicé para apuntar directo a
su arteria carótida, ya que si le hacía un buen corte allí, moriría rápidamente.
—¿Sigo siendo una rosita?
El hombre negó con la cabeza, y entonces Eros se echó a
reír. Lo supe por dos cosas; reconocería su risa en cualquier lado y estaba
justo detrás de mí. Chillé en el momento en que me cargó en sus brazos, y
pataleé mientras me llevaba lejos de mentor y acompañante, la última nos
observaba fijamente, y, justo un segundo antes de que el comedor desapareciera
de mi vista, observé como ella le susurraba algo a Haymitch.
En cierto momento, noté algo blando debajo de mí, algo que
se asemejaba a unos cojines, probablemente era un sofá, y vi el cielo
despejado. Arrugué la nariz, sabía que ese lugar era parte del tren, que allí
solían relajarse los tributos, pero me pareció extraño que Eros me llevase
allí, él nunca se perdía una comida. Más me extrañé cuando el cielo desapareció
de mi vista, la cual se fijó en mi amigo rubio, quien me había inmovilizado.
—¿Qué se supone que haces?
Él pasó de responder mi pregunta.
—Di que me perdonas.
¿Perdonarlo? Tenía ganas de golpearlo, gritarle, abrazarlo y
decirle que lo quería mucho, todo al mismo tiempo. Lo que él había hecho
obviamente había sido algo muy estúpido, pero yo quería mucho a ese chico
estúpido que había hecho un estúpido plan, y ese mismo plan demostraba que él
me quería a mí.
—¿Perdonarte? Pero si no hay nada que perdonar, so idiota.
Lo oí suspirar, y entonces me vi aprisionada nuevamente por
sus brazos, vale, últimamente estaba recibiendo demasiados abrazos, aunque en
realidad no era algo tan malo. Comencé a darle vueltas a aquello, en realidad
ese era uno de mis defectos, pensaba demasiado en las cosas, no hacía nada
porque sí, y justo estaba pensando en que debía simplemente actuar cuando sentí
los labios de Eros sobre los míos.
¿¡Era en serio!?
Me estaba besando.
Era el peor momento para gestos como ese, pero él me estaba
besando.
Aquello era una mala idea, pero en realidad se sentía tan
bien…sus labios encajaban perfectamente con los míos.
¡Al demonio! Simplemente le correspondí el beso. Acababa de
decidir que no debía darle tantas vueltas a las cosas ¿Verdad? Podía besar a
ese chico y ya. Sonreí, besarlo era maravilloso, me habían encantado sus
labios.
Por desgracia, en el mismo momento en que rodeé su cuello
con mis brazos, él dejó de besarme y me dedicó una sonrisita.
—Vale, vamos a comer.
—¿Sabías que en los distritos hay semanas enteras en que la
gente no come?
Rió, cogiendo mi rostro entre sus manos, antes de darme un
corto beso.
—Pero te hará bien comer más que en el trece, necesitaremos
tener algo en el estómago durante los juegos. Además, Tabiyyah nos regañará si
nos perdemos la comida.
Hice un mohín. No quería ir. Quería quedarme con él. Pero,
un segundo, ¿Quién era Tabiyyah? Fue como si Eros me hubiese leído la mente
porque, después de subirme a su espalda, respondió a la pregunta formulada por
mi subconsciente.
—Tabiyyah es nuestra acompañante, pequeña distraída.
Suspiré, jugando con los pequeños rizos que se formaban en
su cabello, el que últimamente se estaba dejando crecer, vale, tendríamos que
ir y comportarnos como buenos chicos nacidos en el Capitolio, y tendría que esperar
para quedarme a solas con el rubito, pero él no me había dejado otra opción.
Era extraño, porque a pesar de las circunstancias, comenzaba a estar feliz.
¿Juegos Del Hambre? ¿Qué era eso? ¿Una película sobre chefs?
Esta es Tabiyyah |
"¿Qué diablos sucedía con todos en esos momentos? ¿Qué no tenían cerebro? "
ResponderEliminarCreo que eso resume perfectamente a los dos planes xDDDD. Tienen muchas fallas, no saben como será la arena, los tributos los sabe Snow pero, ¿como haría para que no matasen a Némesis y a Gale antes? Habría tenido mejor resultado encerrarla y prohibirle de ver a Gale pero claro, así no mataba a dos pájaros de un tiro. (creo que el presidente vio a Gale como una amenaza y quería eliminarlo yaa antes, y de paso terminaría con supuesta amistad de su nieta y el, haciendo que le matara xD) Lo mismo para Coin, no sabe como acabará cada quien y es muy posible que, como dice Nemesis, se cargen a Eros en cuanto despierte, si la que quedase inconsciente fuese ella la salvarían pero el, nanay. Están locos, los dos. Me ha emcantado el enfrentamiento con Haymitch y como le demostró que la rosita (me encanta ese mote xD) al final es una guerrera. El beso ha estado fantastico, me gusta que Nemesis no piense tanto las cosas y se desahogue un poco, al fin y al cabo estan en peligro de muerte, ¿por qué no hacer todo lo que quieran? El que sí me da pena es Gale :( . Me hizo gracia la frase final xD